[ Experiencias silábicas, que no lésbicas ]





Acabo un libro y me duele la espalda. Acabo un libro y tengo los dedos agarrotados de teclear tanto. Acabo un libro y acumulo decenas, cientos de emails a poetas; herederos, hijos, hijas, editores de poetas muertas. Acabo un libro y ya no veo claro: cuánto dura un prólogo, qué supone la mirada de mujer, digo coño o digo útero, es oportuna la palabra "no obstante" (¿y desde cuándo escribo como no hablo? ¿desde cuándo hablo como no escribo?). Acabo un libro y la pantalla parpadea, indiferente. Ningún silbido, ninguna llamada de skype, ningún chat abierto, ya casi nunca tengo chats abiertos y es tan solitario el trabajo de traductor, de escritor de prólogos cortos y notas de agradecimiento demasiado largas. ¿Acaso sabíais que escribí gracias a vosotros, Andonis, Jorge, Álex, Adriana, Antonio, Mateo? ¿Acaso sabíais cuánto significaban vuestras palabras de aliento cuando gritaba la cocaína? ¿Lo intuís acaso? 

En todo caso, es tan solitario el trabajo de traductor; un email, un retweet, un chat que se abre bastan; ya lo sabéis, no soy digno de que entréis en mi casa, acabo un libro, resuena el silencio en mis entrañas y me duele la espalda. 





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